Mao Tsetung

vida y obras

BIOGRAFÍA A PARTIR DEL RELATO AUTOBIOGRÁFICO “MI VIDA”

(Testimonio de la vida de Mao Tse Tung derivado de la entrevista realizada por el periodista norteamericano Edgar Snow) 


Nací en el pueblo de Shao-Shan, en Hsang Tan-Hsien, provincia de Hunan, en 1893. Mi padre se llamaba Mao Jen- sheng, y el nombre de soltera de mi madre era Wen-shi-mei.


Mi padre era un campesino pobre: muy joven, debió unirse al ejército porque tenía pesadas deudas. Fue soldado durante muchos años. Más tarde, volvió al pueblo donde yo nací; ahorrando cuidadosamente y obteniendo un poco de dinero de un pequeño negocio y de otros trabajos, pudo readquirir su tierra.


Nos convertimos en campesinos medios: mi familia poseía quince múes (el mu corresponde a 631 metros cuadrados) de tierra. Podía cosecharse sesenta tan (el tan corresponde a 60 kilogramos) de arroz al año. Los cinco miembros de mi familia consumíamos un total de treinta y cinco tan, lo que dejaba un excedente anual de veinticinco tan. Gracias a este excedente, mi padre acumuló un pequeño capital y, en un momento dado, compró siete nuevos múes, lo que dio a mi familia el rango de campesinos “ricos”. Pudimos desde entonces cosechar ochenta y cinco tan de arroz por año. 

Cuando tenía diez años mi familia no poseía más que quince múes de tierra y estaba constituida por mi padre, mi madre, mi abuelo, mi hermano menor y por mí. Después de que hubimos comprado los siete múes suplementarios, mi abuelo murió, pero nos llegó un nuevo hermano. Por tanto, nosotros teníamos todavía un excedente de cuarenta y nueve múes de arroz por año, gracias a lo cual los negocios de mi padre prosperaron.

En la época en que él era un campesino medio, se ocupó del transporte y la venta de granos, lo que le reportó algo de dinero. Después de convertirse en un campesino “rico”, se consagró más y más a este trabajo. Contraté un obrero agrícola por toda la jornada y hacía trabajar a sus hijos y su mujer en la finca. Comencé los trabajos de campo cuando tenía seis años. Mi padre no tenía almacén para su negocio. Se limitaba a comprar el grano a los colonos pobres y lo transportaba hasta la ciudad donde los comerciantes le pagaban más caro. En invierno, cuando se hacía la siembra de arroz, se contrataban los servicios de un trabajador agrícola suplementario para trabajar en la finca, lo que hacía que en ese momento tuviésemos siete bocas que alimentar. Mi familia se alimentaba frugalmente, pero siempre comió según su necesidad.

A los ocho años, comencé a asistir a una escuela primaria local, donde permanecí hasta los trece. En la mañana temprano y en la tarde trabajaba en la finca. Durante el día leía las Analectas de Confucio, y los cuatro clásicos. Mis maestros chinos eran partidarios de la mano dura. Eran exigentes y severos y golpeaban frecuentemente a sus alumnos. Cuando tenía diez años me escapé de la escuela, y tenía temor de volver a casa y ser castigado. Caminé durante tres días orientándome en forma aproximada hacia la ciudad que creía en algún punto de un valle, hasta que fui encontrado por mi familia. Me di cuenta entonces que había dado una vuelta a la redonda en todo mi viaje y que no me había alejado más de ocho li de mi casa.

Después de la vuelta a mi casa, si embargo, con gran sorpresa para mí, mi situación mejoreó. Mi padre me tomó más en cuenta y el profesor moderó su actitud. El resultado de mi acto de protesta me impresionó mucho. Era una “huelga” victoriosa.


Mi padre quiso que comenzara a llevar los libros de la familia desde el momento que supe algunos números. Quiso que yo aprendiera a servirme del ábaco. Como insistiera, me dediqué a estas tareas en la tarde. Mi padre era un amo exigente. Detestaba verme ocioso y si no tenía libros que llevar, me hacía trabajar en la finca. Era de carácter arrebatado, golpeándonos frecuentemente a mis hermanos y a mí. No nos daba nunca dinero y la comida era poco abundante. El día 1 de cada mes, hacía una concesión a sus obreros y les daba huevos con arroz, pero jamás les daba carne. A mí no me dio huevos ni carne jamás.

Mi madre era una mujer amable, generosa y simpática, siempre dispuesta a repartir lo que poseía. Sentía piedad por los pobres y les daba a menudo arroz cuando venían a pedirle durante las hambrunas. Pero no podía hacerlo en presencia de mi padre. El desaprobaba la caridad. A propósito de esto tuvimos numerosas discusiones en casa.


Existían dos “partidos” en la familia. Uno lo representaba mi padre, la Autoridad Directora. La oposición estaba formada por mí, mi madre, mi hermano y a menudo, también el obrero. En el “Frente Unido” de la oposición, sin embargo, existían diferencias de opinión. Mi madre mantenía una política de ataque indirecto. Criticaba toda exteriorización de sentimientos íntimos y toda tentativa de rebelión abierta contra la Autoridad Directora. Expresaba que ese no era el método chino.


Pero cuando tuve trece años descubrí un argumento de peso para discutir con mi padre en su propio terreno, consistía en citarle los clásicos. Las acusaciones favoritas de mi padre consistían en acusarme de holgazanería y de irrespeto hacia él. Yo citaba para responderle pasajes de los clásicos que ordenaban a los mayores ser amables y afectuosos. Cuando me acusaba de ser holgazán, le respondía que las personas mayores deben trabajar más que los jóvenes, que teniendo él tres veces mi edad, debía trabajar por lo tanto más que yo. Le expresaba que cuando alcanzase su edad sería bien dinámico.

Mi padre continuó “amasando riquezas”, o mejor dicho, algo que era considerado como una fortuna en el pueblo. No compró más terrenos, pero numerosos habitantes hipotecaron con él sus terrenos. Su capital ascendía a dos mil o tres mil dólares.

 Mi descontento crecía. Un combate dialéctico se desarrollaba siempre en nuestra familia. Ocurrió algo que recuerdo particularmente. Cuando tenía apenas trece años, mi padre tuvo un día numerosos invitados a la casa y delante de ellos tuvo lugar una disputa entre nosotros. Me acusó ante todos de ser inútil y holgazán. Enfurecí. Le maldije y abandoné la casa. Mi madre corrió detrás de mí y me conminó a volver. Mi padre también me siguió, me maldijo y también me pidió regresar. Fui hasta la orilla de un es-tanque y lo amenacé con lanzarme si se acercaba. En esta situación, ofertas y contraofertas fueron cambiadas para la cesación de la guerra civil. Mi padre insistió en que me excusase y me arrodillase en signo de sumisión. Acepté inclinar una rodilla si me prometía no castigarme. Es así como terminó la guerra, aprendí que mientras defendía mis derechos rebelándome abiertamente, mi padre se aplacaba, pero cuando permanecía humilde y sumiso, me maldecía y me golpeaba de lo lindo.

Reflexionando, creo que al fin de cuentas vencí la severidad de mi padre. Aprendí a aborrecerle y se creó contra él un verdadero “Frente Unido”. Al mismo tiempo, esta severidad me hizo bien, sin duda: me hizo llevar los libros con cuidado para que él no tuviese ocasión de criticarme. 


Mi padre había asistido dos años a la escuela y leía bastante bien como para llevar los libros. Mi madre era totalmente analfabeta. Ambos eran originarios de familias campesinas. Yo era el “letrado” de la familia. Yo conocía los clásicos, pero no les amaba. Lo que me gustaba eran las novelas de la China antigua y sobre todo las historias de las revueltas. Leí el Yo-Fei Chuan (Chin Chung Chuan) Shui Hu Shuan, Fan Tang, San Kuo y Hsi Yu Chi, todavía joven y engañando la vigilancia de mi antiguo maestro que detestaba estos libros “fuera de la ley” y que calificaba de perversos. Los leía en clase, cubriéndolos con un clásico cuando el profesor pasaba a mi lado. Era lo que hacían la mayor parte de mis camaradas. Aprendíamos muchas historias de memorias y las discutíamos a me nudo. Sabíamos más que el antiguo viejo del pueblo que las amaba también y que nos contaba historias a cambio de las nuestras. Creo que es posible que yo haya sido influenciado por tales libros leídos en una edad en que se es muy impresionable.


En fin, cuando yo tenía trece años abandoné la escuela primaria y empecé a trabajar muchas horas en la finca para ayudar al obrero agrícola, haciendo el trabajo de un hombre durante el día y en la tarde llevaba los libros de mi padre. A pesar de todo, logré proseguir mis lecturas devorando todo lo que encontraba, excepto los clásicos. Esto enojó a mi padre quien quería que yo dominase a fondo a los clásicos, sobre todo después que él había perdido un pleito, gracias a una cita emitida en el momento preciso por su adversario. En la noche cerraba la ventana de mi dormitorio para que mi padre no viese la luz. Es así como leí un libro que se titulaba Palabras de advertencia. Los autores, viejos escritores partidarios de las reformas, pensaban que la debilidad de China venía de su falta de maquinaria occidental: ferrocarriles, teléfonos, telégrafo, barcos a vapor. Querían que éstos fueran introducidos al país. Mi padre consideraba que la lectura de tales libros eran una pérdida de tiempo. Quería que leyese algo útil, como los clásicos, para ayudarlo a ganar los pleitos.


Yo continué leyendo las antiguas novelas y los viejos relatos de la literatura china. Un día descubrí un rasgo particular de estas historias y era la ausencia de los campesinos que trabajaban la tierra. Todos los héroes eran guerreros, funcionarios o letrados; jamás un campesino era el héroe. Pensé durante dos años, después analicé el contenido de estas historias. Descubrí que elevaban a las nubes a los soldados y los amos del pueblo que no habían trabajado la tierra porque la poseían, y la vigilaban y hacían que los campesinos la trabajaran para ellos.


Mi padre fue en su juventud y en su madurez un escéptico, en cambio mi madre era devota de Buda. Esta daba una educación religiosa a sus niños, quienes se entristecían por el hecho de que su padre fuese un incrédulo. A los nueve años discutí seriamente con mi madre el problema que planteaba la incredulidad de mi padre. Entonces y más tarde, hicimos varias tentativas para convencerlo, sin tener éxito. Nos maldijo y abrumados por sus ataques nos retiramos a elaborar un nuevo plan. Pero él no tenía nada que ver con los dioses. Sin embargo, mis lecturas me influenciaron poco a poco y llegué a ser cada vez más escéptico. Mi madre se dio cuenta y me regañeó por mi indiferencia hacia los requerimientos de la fe, pero mi padre no hizo ningún comentario. Después, un día que estaba fuera de casa cobrando un dinero, encontró un tigre. El encuentro sorprendió al tigre, que huyó de inmediato, pero mi padre quedó más sorprendido aún de haber escapado a este peligro, y como consecuencia de ello reflexioneó mucho sobre este peligro. Empezó a preguntarse si acaso no había ofendido a los dioses. Desde entonces se mostró más respetuoso hacia el budismo y quemaba incienso de tiempo en tiempo. No obstante, cuando mi “caída” se acentuó, él no intervino. Se contentaba con implorar a los dioses cuando estaba en apuros.


Las Palabras de advertencia estimularon mis deseos de continuar mis estudios. Estaba disgustado con mi trabajo en la finca. Mi padre, naturalmente, se opuso a este proyecto. Pelearnos por este asunto, enseguida me escapé de la casa. Me fui a la casa de un estudiante de derecho y allí trabajé durante seis meses. Luego Volví a estudiar los clásicos con un antiguo letrado chino y leí también muchos artículos de algunos libros contemporáneos.

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LA PRUEBA DE FUEGO
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El año siguiente, antes de la nueva cosecha, las reservas de arroz de invierno disminuyeron, produciéndose en nuestro distrito escasez de alimentos. Los pobres pidieron a los hacendados ricos y organizaron un movimiento que se llamó: “Comamos arroz sin pagarlo”. Mi padre era -un comerciante rico y exportaba mucho grano de nuestro distrito hacia la ciudad, a pesar de la escasez. Uno de sus cargamentos fue asaltado por los habitantes pobres del pueblo y su cólera no conoció límites. No estuve de su parte. Al mismo tiempo encontraba que los hambrientos se habían equivocado al emplear este método.
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SOBERANÍA AMENAZADA
Todos estos hechos unidos forjaron definitivamente mi espíritu de joven inclinado ya a la rebeldía. Es en esta época también cuando empecé a poseer cierto grado de conciencia política, especialmente después de haber leído un panfleto que trataba del desmembramiento de China. Recuerdo todavía hoy que este panfleto comenzaba con esta frase: “¡La China cae bajo el yugo!” Se hablaba de la ocupación por el Japón de Corea y de Formosa, de la pérdida de la soberanía China en Indochina, en Birmania y en otras partes. Después de leerlo, desesperé por el porvenir de mi país y comencé a trabajar por lo que era el deber de todos, ayudar a salvarlo.
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(A los 16 años se aleja de su hogar y se encuentra con la ciencia)
EL ENCUENTRO CON LA CIENCIA
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Estaba fascinado por los relatos sobre los maestros de la vieja China: Yao, Shung, Chin Shih Huang Ti, y Han Wu-ti. Leía muchos libros sobre ellos. Estudiaba también en esta época historia extranjera y geografía. Oí por primera vez hablar de América en un artículo que se refería a la revolución americana y contenía una frase que expresaba aproximadamente: “Después de ocho años de una guerra difícil, Washington obtuvo la victoria y organizó su país”. En un libro que tenía por título: “Los grandes héroes del mundo” leí también relatos sobre Napoleón, Catalina de Rusia, Pedro el Grande, Wellington, Gladstone, Rousseau, Montesquieu y Lincoln.
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Fue en Chang-sha donde leí el primer periódico: “Fuerza Popular” (Min Lin Pao), diario revolucionario nacionalista que hablaba de la sublevación en Cantón contra la dinastía Manchú.
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Paso seis meses en el ejército y se fue construyendo como un lector ferviente y apasionado de los diarios que hablaban de la revolución. Entra en una escuela cuando se aleja de su pueblo, pero pronto la va a dejar y comienza un periodo de autoeducación.

AUTOEDUCACIÓN
No me agradaba la Primera Escuela Secundaria. Su programa era limitado y su reglamento discutible. Además, después de leer las “Crónicas y Comentarios Imperiales” había llegado a la conclusión de que haría mejor leyendo y estudiando por mi cuenta. Al cabo de seis meses dejé la escuela y yo mismo me elaboré un programa de estudios que consistía en ir a leer todos los días a la Biblioteca Provincial de Hunan. Seguí este programa con conciencia y regularidad y considero que los seis meses pasados en esta forma me fueron sumamente provechosos. Al mediodía suspendía mis lecturas, sólo el tiempo indispensable para comprar y comer dos pasteles de arroz que constituían mi comida diaria. Todos los días permanecía en la Biblioteca hasta la hora del cierre.


Durante este período de autoeducación leí muchos libros, estudié geografía del mundo e historia universal. Allí, por primera vez, vi y estudié, con gran interés, un mapa del mundo. Leí La riqueza de las naciones, de Adam Smith, El origen de las especies, de Darwin y un libro de moral de John Stuart Mill. Leí las obras de Rousseau, la Lógica, de Spencer y El espíritu de las leyes de Montesquieu. Mezclaba la lectura de novelas, poesías y relatos de la antigua Grecia con el estudio de la historia y geografía de Rusia, América, Inglaterra, Francia y otros países.
Vivía en aquel tiempo en una hospedería común para gente originaria del distrito de Hsiang Hsiang.


Permanecí cinco años en la Escuela Normal, consiguiendo al fin resistir las tentaciones de nuevos anuncios y obtuve mi diploma. Durante este período de la Escuela Normal de Hunan, ocurrieron muchos acontecimientos y mis ideas políticas comenzaron a tomar forma. Igualmente, fue entonces cuando tuve mis primeras experiencias de acción social.
[…]
Inicié una vasta correspondencia con varios estudiantes y amigos de otras ciudades. Poco a poco, adquirí conciencia de la necesidad de una organización más estrecha. En 1917, con algunos amigos, participé en la fundación de la Nueva Sociedad de Estudios Populares (Hsin-Min Hsueh Hui). Ella comprendía setenta u ochenta miembros, y los nombres de muchos de ellos llegarían a ser célebres en el comunismo chino y en la historia de China revolucionaria.


(Algunos de ellos se irían a otros países a extender el comunismo pero Mao Tse Tung viajó por China y también va acercándose al marxismo).
Mi madre murió en el curso de mi último año de estudios. Yo sentía menos deseos que nunca de volver a mi hogar. Decidí ese año ir a Pekín. Muchos estudiantes de Hunan proyectaban viajar hacia Francia a estudiar, según la consigna “estudiad, aprended”, que Francia utilizaba para conquistar a la juventud china durante la primera guerra mundial. Antes de abandonar China, estos estudiantes decidieron aprender el francés en Pekín. Participé en la organización del movimiento y entre los grupos que partieron al extranjero se encontraban muchos estudiantes de la Normal de Hunan, los cuales se convirtieron más tarde en famosos izquierdistas. Hsu Teh-lih sufrió igualmente la influencia del movimiento, aun que tenía más de cuarenta años, abandonó su puesto de profesor en Hunan y partió a Francia. Se hizo comunista después de 1927.


BIBLIOTECARIO EN PEKIN
En la época en que trabajaba de bibliotecario conocí a Yang Kai-hui, de quien me enamoré. Era hija de mi antiguo profesor de Moral, Yank Cheng-chi, que tuvo mucha influencia sobre mí en mi juventud y que se convirtió en mi verdadero amigo en Pekín.


Me interesaba cada vez más por la política y mis opiniones eran más y más radicales. He hablado ya del comienzo de esta evolución; pero en este momento estaba todavía indeciso, buscaba el camino —como se dice—. Leí varios folletos anarquistas que me influencia ron mucho. Con un estudiante llamado Chum Hsunpei que venía a yerme, discutíamos sobre el anarquismo y sus posibilidades en China. En esa época estaba de acuerdo con mucho de lo que ellos proponían.


Las condiciones de vida en Pekín eran miserables y —por contraste, la belleza de la vieja capital era una compensación deslumbradora—. Vivía en una pieza junto con siete arredantarios más. Cuando nos acostábamos todos, apenas si había espacio para respirar. Sentía a mis vecinos de cada lado cuando que ría darme vuelta. Mas, en los parques y en el dominio del viejo palacio descubría la prima vera precoz del Norte, contemplaba abrirse las flores de los ciruelos mientras crecía la solidez del hielo en el Mar del Norte. Miraba los cauces más allá de Pei Hai, con cristales de nieve colgando de sus ramas y recordaba la descripción que hizo el poeta Chen Chang, que habló de los árboles de Pei Hai, semejante con sus joyas de invierno a “diez mil melocotones en flor”.
[…]
En el curso del invierno de 1920 organicé políticamente a los trabajadores por primera vez y comencé, después de esto, a sufrir la in fluencia de la teoría marxista y la revolución rusa.


NACE EL PARTIDO COMUNISTA CHINO
Durante mi segunda visita a Pekín, leí mucho sobre los acontecimiento en Rusia y traté de procurarme la escasa literatura que podía encontrarse entonces en China. Tres libros, sobre todo, me conmovieron y me dieron fe en el marxismo, del cual —una vez que lo hube adoptado como interpretación correcta de la historia— no me he separado jamás. Estos eran: el Manifiesto Comunista, traducido por Cheng Wang-tao, primer libro marxista que se publicó en China; La lucha de clases, de Kanstbei y una Historia del socialismo, de Kirkupp. En el verano de 1920 me convertí, en teoría, y hasta cierto punto en acción, en un marxista.


Después de esta época fue realmente marxista y acudirá los congresos comunistas que se sucederán.


La revolución China a diferencia de la soviética cobra un papel muy importante el campesinado porque China no estaba industrializada. La acción de Mao Tse Tung consistirá en distribuir las tierras por una parte e industrializar el país. Su tesis pretendía una redistribución de la tierra a gran escala. Durante el tiempo que el lideró el país tras el triunfo de la revolución en 1937 con la Gran Marcha, realizó la revolución cultural proletaria que pretendía cambiar las viejas costumbres, los viejos hábitos, la vieja cultura y los viejos modos de pensar. La esperanza de vida pasó de 44 años a 65 años, la tasa de alfabetización subió del 15% al 65%, y con sus medidas el crecimiento económico del país fue de entre un 4% y un 9% interanual.

Mao Tse Tung falleció el 9 de septiembre de 1976 en Pekín, China. A los 83 años.